Muchas familias desean adoptar. Parejas o incluso personas solas que no han podido tener hijos o que simplemente desean dar una familia a uno de tantos niños que esperan encontrarla. Un núcleo donde crecer, reír y compartir experiencias, pero sobre todo, un lugar donde, por fin, encontrar el amor y el cariño que les han sido negados. Cada uno tiene un pasado distinto, no se puede generalizar en esto, como tampoco se debe hacer en referencia al compromiso que adquieren estas familias.
La decisión de adoptar no es algo que se tome a la ligera. Se presupone un periodo de reflexión en las personas implicadas que deciden aventurarse en este arduo proceso. El procedimiento no es sencillo, pueden tardarse años, años repletos de entrevistas, papeleos y pruebas para determinar si se es o no apto para que la vida de un menor te sea confiada.
Muchas familias ilusionadas, que han hecho frente a largos procesos de selección, son descartadas por nimias razones. Muchas otras son escogidas como el núcleo familiar idóneo para la acogida del menor y tiempo más tarde se derrumban al ver que las obligaciones o los conflictos que se generan en el hogar no son lo que esperaban. Habían imaginado una familia feliz, sin dificultades ni periodo de adaptación. Un menor llegado de una realidad dispar que de repente se adapte a nuevas costumbres, nueva lengua y nuevos derechos y obligaciones presentará dificultades.
Es evidente que la edad del menor influye, ¿cómo podría no hacerlo? Aquellos con edades superiores a los diez años tienen mayores dificultades de adaptación, pero ¿es eso una novedad para las familias dispuestas a realizar una adopción?, ¿se han planteado que el niño o niña deberá aceptarles a ellos también?, ¿han meditado que lo que hacen no es una compra de un producto, sino una acogida de un ser humano?
Indudablemente muchas no están preparadas para la labor que deben desempeñar a partir de entonces. Los datos lo muestran sin pudor alguno y son, por sí solos, alarmantes.
Que 77 menores hayan sido abandonados por sus padres adoptivos en Cataluña durante los últimos diez años debe ser motivo de sincera reflexión. Estos menores pueden haber quedado marcados para el resto de sus vidas. Dolidos por haber fracasado en la búsqueda de un hogar, quizás el único anhelo que han albergado durante años en centros de acogida. Y lo estarán, ya que muchos de ellos superan los diez años y no olvidarán que fueron rechazados.
La solución está en manos de las autoridades. Ellas son las que pueden intensificar los procesos de selección, cambiar los criterios por los que las familias son escogidas, modificar las características que deben albergar e intentar descubrir si ante la presión, lo darán todo por perdido.
El conseller de Bienestar Social y Familia de la Generalitat, Josep Lluís Cleries, ha anunciado que a partir de marzo algunos aspectos en el proceso de selección de aquellas familias que aspiran a lograr una adopción serán modificados.
Debe encontrarse una forma de medir el compromiso individual. De no primar tanto los medios económicos como la necesidad de no tratar al menor como un “juguete”, pues lo único que les asemeja a ello es que también pueden acabar “rotos”.
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